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domingo, 14 de junio de 2009

Palabras para Los Hermanos Rivera.


Palabras para Ronald y Arturo.



A los 38 años de su ejecución Política por el gobierno de la Unidad Popular.

La muerte persigue a algunos hombres con un sentimiento particular. Casi 40’ años atrás hubo hombres, jóvenes, anhelantes hombres que estuvieron dispuestos a utilizar el fusil. A luchar por el sueño de una sociedad más justa, no pidiéndoselo a nadie, sino que tomando el mismo cielo por asalto. La liberación no estaba lejana. Sino que provenida del ahora. De una guerra abierta contra quienes durante siglos habían explotado al hombre pobre. Había que hacerlo ahora, entonces, antes de que fuera demasiado tarde. Pero no es posible transgredir la ley del estado. El estado, sistema de clases, debe mantenerse, aunque quienes lo administren digan querer transformarlo, paulatinamente, ese estado, debe defender su orden.

Un día 13 de Junio del año 1971, pocos pueden recordar si llovió o no, si helo, o si hubo una bruma espesa que surgía desde lo más remoto de esa madrugada…Los pistoleros del grupo liberación se reúnen nerviosos en una casa de seguridad, esperando el amanecer. Saben que han sido traicionados. Ronald y Arturo han estado encerrados durante más de una hora y cuando salen de la habitación tienen la misma expresión ambos, como siempre, como si fuesen gemelos de alma o de mente o de algo.

Natacha esta muy nerviosa. Ronald acaricia la barriga de la muchacha, y su gesto, dispar con su personalidad, le da un tinte majestuoso y a la vez macabro. Natacha casi le da un beso pero se detuvo mirándolo a los ojos. Aunque debía haber tenido miedo lo miro solo pensando en que no follaría más con él. Que debía entregarle la pistola. Que debía cuidar al niño aunque lo único que quisiera era ponerle un par de balas en la cabeza a la policía política.

Todos guardan silencio. Jonquera miro a Ronald y Dijo sin decir nada yo no me quedo en esto. Se llevo a dos más con él. Los detectives casi les vuelan la cabeza pensando que salían los Rivera a romper el cerco. Ronald mirándolos en silencio, comprendiéndolo todo, el antes, el después, el sentido de vivir pocos años y de morir habiendo estado dispuesto a actuar. Solo procedió a acicalar la metralleta, como a una fría y letal compañera. El coco, el hijo de puta del como, había sido su amigo, lo h había abrazado, había bebido con él. Pero los caminos de la vida los llevaron ahora a ser uno el cazador, el otro el perseguido. Uno el policía de la revolución del gobierno, otro el mercenario de la revolución de las sombras.

El general ya había instalado su pelotón en los techos. Uno a uno se fueron entregando. Ronald y Arturo pescaron a los que quedaron y los atrincheraron. Hicieron un par de tiros al aire respondiendo a las ráfagas espontáneas de afuera. Luego los encerraron y salieron una vez más al patio.

El coco estaba nervioso afuera. No quiso aguantar más y grito que mierda. Empezó la balacera. Subió al techo primero y con un fuerte apretar de la mano, la conocida mano de su hermano menor, lo subió al techo con él. Antes de partir miraron la profunda noche, el destello del pronto alba sobre los cerros lejanos del norte. Ambos murieron mirando hacia el norte. El bebe, en el vientre de Natacha, apretó ambos puños cuando su madre recibió el balazo en el pecho. Quizás por eso su corazón logro seguir latiendo. Después de eso, dicen algunos. El futuro de muchos ya había sido anunciado, precedido, como en una macabra comedia de traiciones, cráneos rotos, torturas, horror, y danzas de muerte.

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